Una salsa tiene el valor de convertir una comida sencilla en algo más apetitoso. Es un elemento que mejora el aspecto visual del plato a la vez que le aporta matices y aromas.
La regla de oro en una salsa es que jamás debe servir para enmascarar el sabor o el olor de la vianda seleccionada. Debe acompañar y realzar.
Los pescados y mariscos tienen un sabor propio que no conviene ahogar en salsas contundentes, por eso se recomienda siempre utilizar salsas ligeras, aromáticas y frescas. Ese frescor lo proporcionan los vinos, las hierbas, los cítricos o como en este caso, la mostaza, una semilla que procede de la familia de la col y que se puso de moda allá por los siglos XVIII y XIX. En aquella época existían nada menos que 93 variedades disponibles para su consumo. Las más suaves proceden de las semillas blancas y son las más utilizadas en la preparación de mostazas americanas y a veces, en las inglesas, pero no en las mostazas estilo Dijón pues esas se elaboran con la variedad negra.
Ingredientes (para una taza o salsera)
- 250 ml de salsa bechamel
- 60 ml de nata
- 2 cucharaditas de mostaza de Dijon
- Zumo de medio limón
Preparación:
Mezclar la bechamel con la nata. Exprimir encima el zumo de medio limón y añadir la mostaza. Remover bien y servirla bien caliente. Aunque es una salsa indicada para acompañar pescados, queda muy bien con verduras al vapor o cocidas.
Buen provecho
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